viernes, marzo 16, 2007

Noviembre

El ejercico de amar o amar como un ejercicio.
Las manos que se juntan, las caderas que buscan la cadencia y, también, las palabras que se guardan para que no estorben entre tanta sábanas. Elipsis de espacio y tiempo. Pero sí ojos, labios, sudor y saliva que aveces tienen nombre; aunque -por ahora- sólo silencio.

El ejercicio de soñar o soñar por ejercicio.
Llega la imagen con un sonido en estereo que ni la Panasonic. Y Aquiles, como de seis años, con un conejo blanco blanquísimo, que vuela y escapa por las ventanas abiertas de mis lágrimas: -Mamá, no ha pasado nada; es que el pobre tenía ganas de hacer pipí...

El ejercicio de escribir o escribir como ejercicio.
El punto que no es punto sino puta, es decir, la entrada a un universo desconocido; el guión bajo que se cuela dejando la incognita de cómo es que se come eso. Además los tres suspensivos, malditas hormigas que me recuerdan tanto al amor. Se arremolinan las palabras, las imágenes me persiguen y las espanto y las conjuro a pesar del horror de los que más amo. Pero no hay salidas para la paz; sólo estas noches inciertas donde tecleo en un esfuerzo que supera mi vitalidad de café y cigarros noctámbulos.

1996

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